El progreso

madridiario A mí se me hace muy duro llevar el discurso de los abuelitos, el de las batallitas y el de los viejos cascarrabias. En seguida, a mis pocos años, 31, me llaman abuelo cebolleta como hable o haga referencia a los tiempos que corren y la comparación a los 70, 80 y 90. Pero es así, no puedo evitarlo. El sábado pasado iba en metro hacia Aluche, el madrileño distrito vecino a mi Carabanchel de toda la vida, aunque ahora soy chamberilero de adopción. Me dio tiempo para reflexionar sobre muchas cosas. Sobre que iba con un teléfono que hace las veces de mp3, que te permite navegar en Internet, jugar, hablar o chatear con tus amigos, leer el periódico y consultar el marcador de un partido en directo. Todo eso mientras vas sentado en el metro. El mundo ha cambiado tanto en tan poco tiempo...

Y mientras voy sentado veo que las cosas han cambiado. Que va un chico con su novia y el que se sienta es él. Y que al rato se cosca del feo que hace y le dice que se siente en sus rodillas, y le da igual que yo esté al lado. Antes teníamos más educación. Y a eso le llaman ser viejo o ser un plasta. Se llama civisimo. Sin pasar por la carrocería. Tampoco hay que dramatizar, no asumo el discurso de un viejo pepero. Los jóvenes les ceden sus asientos a los ancianos. Y lo hacen todos, aunque algunos vayan diciendo que eso los inmigrantes no, que son maleducados. Una farsa de eco racista que apesta. Es cierto que algunos, todos sabemos concretamente cuáles, hacen esa horterada de escuchar música en alto con sus móviles. Reggaeton y músicas latinas por lo general. Y sinceramente, a ganas de cogerles el puñetero aparato y tirarlo por la ventana. Bueno no, que ahora los vagones de nuestro moderno metro esperancista no tienen ni ventanas. Llevan aire acondicionado. Un aire que nunca funciona cuando te mueres de calor y que cuando lo ponen te hielas y estás deseando llegar a tu estación.

Después llegué a Aluche para ir consultar unos precios y te chocas con el top-manta. No tengo nada en contra de ello, al revés. En el fondo no es otra cosa que la versión moderna del 'búscate la vida como puedas' cuando lo tienes todo en contra, como les ocurre a los inmigrantes que venden en la calle. Lo peor no es que vendan, sino las cosas horrorosas que venden: me refiero a las puñeteras modas de este mundo superficial y esta sociedad  alienante. Porque estaban pensando que querría otro de esos cinturones chulos rockeros, de cuero con tachuelas de metal -sí, soy así de hortera, qué pasa-. Pero lo único que te encuentras en esos puestos son cinturones que imitan a los Dolce & Gabanna o cómo se escriba. Y marcas de ese estilo. Qué horror. También venden calzoncillos. En mi época vendían de 3 por 100 pesetas o así y se rompían a los tres usos. O salían pelotillas. Ahora es igual pero te ponen el pollo del Emporio Armani de las narices. Sólo por el animalejo en cuestión ya se me quitan las ganas.

Y más: la juventud de ahora. Estoy seguro que nuestros mayores dirán que nosotros éramos igual... pero no estoy de acuerdo. Éramos o heavies o como yo, por entonces, a mis 10-15 años, que pasaba de todo. Luego sí, te gusta más una música, un estilo de vida, salir por determinados sitios y salir con determinada gente. Pero ahora hay poca variedad. O son poligoneros o son raperos. O son latinos horteras o son pijos del barrio Salamanca. Cortados todos por el mismo patrón. Horas antes había salido con unos amigos a ver una exposición por Antón Martín. Gente normal, de todas condiciones sociales. Menos ricos, más ricos, menos o más trabajadores... pero gente con personalidad, en todo caso. Al rato fuimos a cenar y acabamos, por cosas de la vida, en una discoteca del centro de Madrid. La media de edad era de unos 20 años y los niños eran todos estúpidos. No creo que entre todos juntaran 50 neuronas. Neuronas sanas, además. De las niñas poco mejor se podía decir... Intentamos calcular cuántas venían en pantalón y no llevaban cinturón ancho, ahora llamada micro-falda, que no minifalda. Pues bien, el cálculo fue rápido: ¡una! Sólo una chica de 100 o más iba en pantalón. Vaqueros, además. Alucinante. Sinceramente, todos los tíos tenían una pinta de chuloplaya que  no podían con ella. Si no llevaban pendientes de brillantes, pantalones blancos de moda, zapatos infumables o más kilos de gomina en el pelo que de libros en sus casas, es que éramos nosotros. Hasta los trabajadores eran así. Las chicas, ídem: todas con unas pintas de ir por Montera a buscarse la vida. Y de las camareras, qué decir. Ni siquiera en su defensa podría asegurarse que estaban obligadas a vestir de esa manera para sacarse un sueldo, porque la forma en que te hablaban al pedirles una cerveza decía todo de ellas. Por cierto, 7 euros la maldita cerveza. Estamos todos locos.

A cualquier hora del día, no obstante, vemos muchas diferencias. Ahora muchísima gente va con camisetas de sus equipos de fútbol. Se nota que la piratería nos ha conquistado. Ya no hay nada legítimo. Apenas antes había en mercadillos de barrio alguna posibilidad de comprarte la camiseta de tu Madrid, de tu Atleti, de tu Barça... a mitad de precio. Ahora todos van con ellas. Y llama mucho la atención como afloran las del Barça en una ciudad como Madrid con el fenómeno de la inmigración. En el fondo da alegría ver que la radicalidad de los años 80 y 90 en el mundo del deporte ha bajado enteros. En eso también hemos cambiado, pero para bien. Si en esos años ibas con la camiseta del equipo equivocado... te jugabas una buena paliza.

También se lleva 'gratuitamente' la de la Selección, que al menos es roja, eso sí. Pero nunca se habían visto tantas elásticas de España. No se puede generalizar, que con esto no querría caer en los tópicos. Pero la mayoría de ellos les gustaría combinar esa camiseta con alguna enseña del pollo. Recuerdo cuando jugábamos el Mundial de Sudáfrica y si ibas por la calle, o el metro, siempre encontrabas a algunos desgraciados de apenas 15 años cantando el 'Cara al sol', como si les representara en algo. No saben cuánto  daño hizo una guerra, ni una posterior dictadura cruenta. Para qué. Viven entre algodones. En eso coinciden tanto niños de barrio bien como los ahora llamados 'poligoneros', los chicos de barrios de extrarradio y ciudades satélites de las grandes urbes. Son mayoritariamente nacionalistas españoles, sin saber que hace 20 años, en su contexto social, contestaban al sistema. Protestaban contra las injusticias. Ahora se las fuman o se las beben a ritmo de musicote o musicón, que es como llaman a su infumable unión de ritmos electrónicos que quieren llamar música. Música de baile la llaman, o trance, o minimal, o quién sabe cómo.

Pero esto no es un artículo pesimista, pese a todo. No persigo el objetivo de animar a nadie a tirarse por la ventana. En medio de tanta mierda vemos a los jóvenes y a los que no lo son tanto protestar y/o acampar en Sol. En Plaza de Cataluña. Donde sea. Protestan contra el sistema y reclaman sus derechos y libertades. Se asquean ante las injusticias y la corrupción política y económica. Y aún ves una camiseta del 'The Wall' entre los llamados 'indignados', intentando tirar el muro o al menos, que no se pongan más ladrillos en el muro. Y nos cabreamos todos al ver el desalojo en Barcelona por parte de los brutos de los mossos con la connivencia de los gobernantes de la Generalitat. Pero también veo a una niña que su abuela nos trae al trabajo para que la conozcamos y lleva la camiseta de AC/DC y me sale una sonrisa. No está todo perdido. Queda la esperanza. Odio el argumento que, algunos, inmersos en el pesimismo, esgrimen: "Tenemos lo que nos merecemos". No. Jamás aceptaré tal dictado. Nunca nos merecemos nada malo que nos ocurra. Lo que una mayoría, o una minoría, nos procure en nuestro perjuicio no debe corromper el espíritu de la humanidad, de los que ansiamos un mundo mejor. Siempre puede salir el sol y saldrá, de algún modo. Pero sí... los tiempos están cambiando para peor. Nos toca recordar a nuestros descendientes, si los tenemos, que hay algo más que musicote, calzoncillos Calvin Klein, artículos de lujo, porros y alcohol, mala educación y vaguería. Debemos recordarles que el pueblo somos la fuerza. Y que aunque a veces se nos olvide, somos también la esperanza.