
Durante una de sus varias visitas a Le Casino de Monte-Carlo, Eric Woolfson mostró particular interés en el manejo del sistema de vigilancia y las modalidades de engaño que muchos usuarios diseñaban: uno de los directores del local, Pierre Cattalano (padre de la actual Embajadora del Principado de Mónaco en el Reino Unido) le dijo a Woolfson que un casino no era precisamente una catedral, pero... ¿y si realmente era una especie de catedral, al fin y al cabo?* Esta sugerencia fue el primer motor de la creación del concepto del álbum en la mente del buen Eric. La relación entre vigilante y vigilado bien puede equipararse entre la que hay entre un dios omnisciente y un sujeto pecador; también podemos ver las reglas del Casino como una especie de decálogo absoluto sobre los deberes del jugador honesto y un régimen de terror sobre los tramposos. Además, la noción del pecado realizado a escondidas ya está en ‘May Be A Price To Pay’ y la actitud condenatoria en las mudanzas de ‘I Don’t Wanna Go Home’ parece replicar la expulsión del Paraíso Original. La suite comienza con la parte 1 de la balada homónima, cuyo precioso y envolvente motif queda debidamente instaurado por el encuadre de piano, clavicordio y ensamble de flautas, no tardando el resto de la banda y la orquesta en pleno en unirse al manjar sonoro. El canto de Rainbow es simplemente sublime, el embajador perfecto de la mezcla de ansiedad y tristeza que subyace a la adrenalina de los ludópatas: “There are unsmiling faces and bright plastic chains / and a wheel in perpetual motion”. Tras unos aparatosos efectos de tragamonedas emerge ‘Snake Eyes’, una canción cuyo moderado swing rockero sirve para expresar un cabal recurso de retórica sarcástica en torno al glamour y la ilusión de omnipotencia que se vende con descarada autocomplaciencia en el ambiente del casino. Los juegos de azar son retratados como una cruza de empresa bélica y afianzamiento del yo. El solo de guitarra es muy elegante, exhibiendo un vigor especial en medio del groove que se siente, a la vez, grácil y contenido.

Las cosas varían totalmente de registro con la emergencia del soberbio instrumental ‘The Ace Of Swords’ – uno de los picos más altos de la creatividad compositiva de Alan Parsons –, el cual comienza con aires barrocos signados por una serenidad palaciega en la triangulación de clavicordio, oboe y ensamble de cuerdas, para luego proyectarse hacia un vivaz despliegue de pomposa luminosidad en la que grupo y orquestaviajan fluidamente por elegantes desarrollos melódicos sobre el sustento de sofisticados esquemas rítmicos. La cuarta parte de la suite, ‘Nothing Left To Lose’, nos lleva hacia otro giro radical de atmósfera, esta vez con un talante reflexivo basado en un ambiente de barrio parisino con guitarras acústicas, el suave canto de Woolfson, un tenue arreglo de la dupla rítmica y un ensoñador solo de acordeón que emerge en algún momento. La coda nos sorprende con un repriseinstrumental de ‘Snake Eyes’ que nos lleva a territorio de pleno rock duro, con una correcta base de guitarra rítmica, piano eléctrico, bajo y batería que sostiene los frenéticos solos de guitarra que sirven simultáneamente para reflejar la furia del perdedor que aún quiere intentar ganar una vez más y derrotar la resistencia tenazmente imperial de los dueños del casino. El breve interludio con ritmo reggae tras las expresivas líneas “Nothing sacred or profane / Everything to gain / ‘cause there’s nothing left” es revelador del embate emocional que se retrata eficazmente en el viraje musical inmediato hacia esta electrizante exhibición de polenta rockera. Bairnson se luce como un auténtico dios del rock. Pocas veces han sonado TAPP tan pesados y realmente lo han hecho muy bien en esta ocasión particular. La parte 2 de la balada homónima cierra la suite como debe ser, poniendo a los ornamentos orquestales al servicio de la capitalización de las melodías y matices más esplendorosos que se habían manifestado en instancias anteriores. El jugador se revela finalmente como una figura trágica atada a un drama que rota sobre su propio eje sin parar: “There are unsmiling faces in fetters and chains / On a Wheel in perpetual motion / Who belong to all races and answer all names.” Es simplemente conmovedor el modo en que, tras el último estribillo, se suceden el último solo de guitarra, la sección de cornos y el diálogo entre cuerdas y maderas mientras vamos en camino hacia el opulento fade-out.
En cuanto a los bonus tracks, éstos son generosamente numerosos, aprovechando el espacio de disfrute melómano que se puede obtener en un formato de doble CD. Por ejemplo, el volumen 2 comienza con una nutrida serie de diarios musicales de Eric Woolfson donde su piano y sus tarareos motivan la gestación de varias canciones que habrían de ser incluidas en el disco: dado que él no sabía leer ni escribir anotaciones musicales, estos diarios registrados en casetes le servían como guía de evolución y maquetas iniciales para futuras canciones de TAPP. Vaya todo nuestro agradecimiento a Lorna y Sally, hijas del maestro Woolfson, por recopilar estas viejas cintas de casete para que los admiradores del legado Parsons-Woolfsoniano podamos echar una mirada privilegiada a estos estupendos momentos prehistóricos. No importa mucho la irregular calidad de sonido, la prestancia melódica en gestación se hace notar como si nada. La octava pista de estos diarios seleccionados nos muestra la ilación de la balada central de la suite, ‘Snake Eyes’ y ‘I Don’t Wanna Go Home’: ¡era el momento preciso en el que Woolfson empezaba a pensar en una composición de gran amplitud! Imperdible, realmente imperdible. También tenemos rarezas reveladoras como sendas versiones de ‘May Be A Price To Pay’ y ‘The Turn Of A Friendly Card (Part 2)’ con intervenciones más destacadas del guitarrista Bairnson: un solo de guitarra que se omitió en la versión definitiva de la primera canción y un solo más extenso que al final tuvo que cortarse para la segunda por causa de la irrupción de los arreglos orquestales de bronces y cuerdas al primer plano. También están las versiones de sencillo de ‘Games People Play’, ‘The Turn Of A Friendly Card’ y ‘Snake Eyes’: la segunda de éstas, que sintetizaba las Partes 1 y 2 fue la primera vía de acceso al gran público de este long-play porque se publicó un mes antes del mismo. Volviendo al volumen 1, tras el repertorio oficial del disco, hallamos sendas maquetas hechas por Parsons a los sintetizadores (uno de ellos, su propio Projectron) para la fanfarria prologar de ‘May Be A Price To Pay’ y para ‘The Gold Bug’: la idea inicial de Parsons fue hacer de la primera una pieza con un lugar autónomo dentro del disco, pero ya sabemos que se insertó como preparación para las secciones cantadas. Todo esto suena como maquetas para un disco de JEAN-MICHEL JARRE, algo muy revelador del lugar que la electrónica tiene en la mente musical de Parsons. También encontramos dos versiones de la pista básica de ‘Nothing Left To Lose’ con la guía del dúo de pianos acústico y eléctrico de Woolfson, finalmente reemplazado por una dupla de guitarras acústicas; la segunda de estas pistas contiene no solo el canto de Woolfson sino también el flotante solo de sintetizador que finalmente fue reemplazado por el acordeón. Siguiendo con esta canción en particular, también se nos brinda una recopilación de geniales coros y armonías sobregrabadas de Chris Rainbow: un homenaje totalmente oportuno que también implica un tremendo placer melómano para nosotros.

En el libro que acompaña a esta reedición hallamos entrevistas a Bairnson, Paton, Elliott y Zakatek, así como al propio Parsons. Éste recuerda que la grabación de la parte rockera del disco duró menos de dos meses – siendo así que por lo habitual empleaban varios meses – y cuenta que en una reciente visita al Acousti Studio percibió que se mantenía actualizado en la tecnología de sonido. La rutina consistía en viajar de Niza a París para regresar a Mónaco y disfrutar de la vida familiar: ya el disco anterior “Eve” había sido grabado en Niza pero para esta nueva ocasión el dúo creador prefirió la capital francesa. Aprovechando la estadía monegasca, Parsons, Woolfson y sus esposas disfrutaron del Monaco Grand Prix de Fórmula 1 que tuvo lugar por aquel entonces. Por su parte, los músicos recuerdan la generosidad de Woolfson a la hora de llevarlos a pasear por lugares significativamente históricos de París, invitándoles costosos almuerzos en lugares de lujo… y también cómo a veces le decían a Woolfson en las sesiones de ensayo cosas como “no nos gusta mucho esta pieza que estás tocando, ¿no tienes otra que sea mejor?”. Según Paton, la primera sesión de grabación para ‘Games People Play’ fue genial pero quedó borrada de las máquinas del estudio al sufrir un horrible desperfecto: aunque los cuatro músicos estaban un poco decepcionados de que el momentum haya quedado borrado de uan forma tan desafortunada, el conjunto se dio maña para repetir la magia inicial un par de horas después con los magníficos resultados que todos conocemos. También tenemos en el libro la interesante anécdota sobre la nacionalidad francesa de los músicos que tocan el saxofón en ‘The Gold Bug’ y el acordeón en ‘Nothing Left To Lose’… ¡y que sus nombres se perdieron en la niebla de la historia porque no quedaron propiamente anotados en los archivos de Parsons y de Woolfson! Bueno, al menos les pagaron sus cuotas debidas por el trabajo hecho. Todo esto fue lo que se nos mostró en esta reedición de lujo de “The Turn Of A Friendly Card”, el recuento minucioso y entrañable de una época de particular esplendor creativo de la dupla Alan Parsons-Eric Woolfson, y con este recuento estamos dispuestos a echar una mirada nueva a este disco que muchos consideramos (como ya se señaló antes) como la obra cumbre de THE ALAN PARSONS PROJECT.
Muestras de “The Turn Of A Friendly Card”.-
* Esta figura del vigilante omnisciente situado en el top de nuestras cabezas volverá en el hit homónimo del siguiente LP “Eye In The Sky”, aunque ése es tema de otra reseña.